"El chico del taxi"
EL CHICO DEL TAXI
Nadie
sabía su nombre o de dónde venía, salvo que un día había llegado a la central
de autobuses y había pedido un taxi.
Quienes
repararon en él vieron a un hombre joven, tal vez de entre unos veinte a
veinticinco años, de buena complexión, estatura promedio, piel morena, y el pelo
muy negro y corto, preguntar a cada taxista por una dirección de la que al parecer
nadie conocía, excepto uno. Dicho taxista era viejo, con muchas arrugas en la
cara, con la cabeza calva escondida bajo una simpática boina y un bigote de
estilo muy particular.
—Mira
muchacho, no es asunto mío, pero te aseguro que en ese lugar no encontrarás aquello
que buscas.
El
taxista miraba, con el ceño fruncido, el pedazo de papel arrugado que el joven
le había entregado previamente y en donde estaba escrita la dirección a la que él
quería que lo llevara.
—Aun
así, haga el favor de llevarme allí —le contestó el joven entregándole además
un billete grande.
El
taxista, tras ver la denominación de dicho billete, se encogió de hombros, tomó
el dinero y acto seguido piso hasta el fondo el acelerador. Al primer semáforo
encendió la radio sintonizando una estación de música tropical y empezó a
tararear la canción del momento.
—Así
que, ¿de dónde vienes muchacho? —le preguntó el taxista mirándolo por el espejo
retrovisor —. Me parece que te he visto antes.
El
muchacho sonrió antes de responder de forma vaga:
—Pues,
vengo de muy lejos. Ahora mismo soy un turista.
El
anciano volvió a arrugar el ceño insatisfecho con aquella respuesta. El rostro
de aquel joven le resultaba familiar. Estaba seguro de haberlo visto antes,
pero no recordaba dónde.
—Ya,
pero dime, ¿por qué quieres ir allí exactamente? —insistió el taxista al tiempo
que bajaba el volumen de la radio porque el locutor estaba hablando del ultimo escándalo cometido por la reina de la salsa, una noticia muy jugosa para muchos
radioescuchas salvo para él.
—Simple
curiosidad —contestó el muchacho cerrando los ojos. Habían sido solo dos
palabras sin mucha importancia, pero por el tono en su voz se podía intuir
cierta melancolía impresa en el—. Para recordar…—susurró luego en un tono tan
bajo que el taxista no lo escuchó.
El
taxista sacó un cigarrillo del bolsillo roto de su camisa, y que alguna vez
había sido blanca, y se puso a fumar con despreocupación.
—Pues
te digo que allí no hay nada —continuó el taxista después de un rato —, es
decir, después de que el lugar se incendiara hace más de veinte años, hoy en
día solo quedan los escombros, ah, y también un montón de basura que la gente
arroja desde sus autos al pasar por la carretera. No entiendo a esa gente…—Al
ver que el joven había cerrado los ojos, el taxista volvió a subir el volumen
de la radio dejándolo en paz, por el momento.
Después
de media hora de camino, cuando ya se habían alejado bastante de la ciudad, llegaron
hasta a una pequeña población, en donde tomaron la carretera principal. Pasaron
frente a la Iglesia del pueblo que se encontraba situada en la zona más alta,
un parque y muchos negocios. Cuando llegaron al otro lado del pueblo, el
taxista estacionó el auto frente a un terreno, ahora abandonado, rodeado por una
que otra casita y terrenos de cultivo. El muchacho bajó del taxi y comenzó a
recorrer el lugar. Una que otra partícula de polvo más algunas hojas secas
pasaban volando frente a él como saludándolo y dándole la bienvenida.
—Yo
conocí al dueño —le dijo el taxista, que se había bajado también y le había
seguido. Para este momento ya se había desecho del cigarrillo.
El
joven miraba con atención los restos de lo que antes parecía haber sido la
entrada de una casa.
—Lo
traje aquí en un par de ocasiones —continuó el viejo a sus espaldas —. Viajaba
constantemente a la capital por trabajo. Recuerdo que me dijo que tenía una
esposa y un niño muy pequeño al que nunca conocí. El día en que la casa se
quemó fue una tragedia. Toda la familia murió en el siniestro, o eso dijeron.
Una verdadera pena.
El
joven se agachó para tomar un puñado de tierra que luego fue dejando caer poco
a poco de entre sus dedos.
—Nunca
nadie reclamó sus cuerpos porque no eran de por aquí. La familia tenía poco que
se había mudado. Pero dime muchacho, ¿quién eres tú? Estoy seguro de que te he
visto antes —volvió a preguntar el taxista clavando sus cansados ojos en la
espalda, en ese momento encorvada, de aquel extraño joven.
El
muchacho se levantó poco a poco volviéndose hacía su interlocutor.
—No
es a mí a quien recuerda haber visto señor, sino a mi padre.